Potro Azul


En una noche apagada, la Luna asomaba tímidamente, dubitativa, cautelosa, con un color intenso pero a la vez difuso. Con una energía tan linda que se sentía desde todo el universo. A pesar de su energía, Ella salía a diario como si estuviera pidiendo permiso; pidiéndole permiso a la noche para poder usar su lugar. Su paciencia y movimientos tímidos, calculados, hacía que pase desapercibida. Así, de a pasitos seguros, lentos, se iba abriendo paso y enfrentándose a sí misma. 
A la distancia y del otro punto cardinal del campo, un Potro Azul brotaba del horizonte con su impronta y su luz tan fuerte, tan azul. Encandila, enfrenta, sacude, hipnotiza, conmueve, alienta, despoja. Un silencio íntimo y abrumador acompañaba cada susurro de sus cabellos al viento. Un suspiro de brisa parecía acompañar cada movimiento del Potro que acaudaladamente mostraba sus atributos por el campo. Sus pasos, esbeltos, firmes, contundentes, se escuchaban como si fuesen mil caballos galopando libremente. Todo el universo parecía estar en sintonía y estupefacto ante el mamífero. Su confianza, entereza, seguridad se veía reflejada en ese azul tan extremo que fuertemente calaba en la memoria de quien lo mirase. Hipnotiza, seduce, obnubila, ciega, neutraliza, enamora.
La Luna, inmóvil ante semejante presencia, se sintió atraída y curiosa de ver esa luz azul que le competía. Veía cómo todos estaban atónitos ante su implícito contrincante. Se quedaba paralizada, estupefacta, inmóvil ante tanta omnipresencia. Sentía que no podía hacer frente a semejante luz y que hasta Ella misma se convirtió en un espectador de tan intensa y llamativa dulzura. Ni el Sol, en sus años de existencia, la hizo sentir así. 
A medida que el Potro avanzaba por el campo, Ella se hacía cada vez más chiquita. Sentía que su luz no era suficiente para iluminar más allá del Potro. Pasaban las horas y la noche iba desapareciendo hasta transformarse en día. Ella cada vez más pequeña, se refugiaba triste, confundida, buscando entender sus sentimientos. 
Un día el Sol, expectante de lo que ocurría a diario cuando él no estaba, se reunió con la luna en una charla histórica en el medio del cielo, ahí donde el día y la noche son uno solo. Ahí donde las cosas suceden. Intentó explicarle. 
La Luna siguió saliendo y pidiendo permiso como siempre y el Potro Azul apareció desde el otro lado una vez más. Pero por alguna razón, hubo un momento en que Ella se sintió distinta. Con más fuerza. Con más seguridad. De alguna forma se había iluminado. Había descubierto su luz. Se dió cuenta que Ella también iluminaba; pero no solo iluminaba al Campo, al Cielo, a los Arboles, los Océanos, las Flores, sino que también iluminaba al Potro, quien siempre estuvo enamorado de Ella, atrapado ante tanta belleza. Lentamente, empezaba a entender que con su luz iluminaba al mundo entero. Esa era su esencia, su alma, su destino. Ella era la Luna. 

Enero 2015
Autor: Tomás Tyrrell
Foto: "Alina"